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Cuestión de educación: regalar o regalarse

@LuzyMar9



En un país como el nuestro, en el que gran parte del bienestar económico viene dado por la industria y el hecho del consumo, es muy difícil no aprovechar el asunto de los regalos para que nuestra economía crezca un poquito más. Las ventas que se esperan en las fechas navideñas son índice de riqueza y esperanza para superar el año, en una gran parte de la sociedad. Hacer buena caja en Navidad es, a día de hoy, la garantía de mucha gente de sobrevivir, comer, pagar la hipoteca, el coche, la luz... para los comerciantes pequeños, para los fabricantes pequeños, y también para los grandes y sobre todo para sus empleados.


Así que cuando aparecen, en estas fechas navideñas, recomendaciones para limitar la lista de regalos a cuatro por niño (limitar a CUATRO REGALOS, eso es, CUATRO NADA MENOS) se me remueven un poco los higadillos, porque me veo inmersa (de forma indirecta como maestra de Infantil, y también directa como madre de familia numerosa) en un círculo vicioso nada deseable, en el que siempre he sido capaz de ver cómo me manipulaban a mi a la resto de los “emisores de regalos” hacia los niños.



El tema, que es aparentemente muy fácil: una familia limita a uno el número de regalos que quiere que su hijo/a reciba, y punto. Pero no. se complica muchísimo gracias, como no, a las estrategias de marketing y publicidad que nos bombardean sistemáticamente (ojo, no solo a los niños), y que nos transmiten las imágenes de abuelos, tíos, padres guapos y felices, con sonrisas radiantes, cuando ven a sus nietos/nietas hijos/hijas sobrinos/sobrinas abrir regalos, Extrapolemos esto a padres, madres, tías y tíos.... Y todos estamos deseando tener esa preciosa sonrisa, viendo a nuestro vástago, sobrino o nieto, abriendo nuestro regalo. Nos venden la viva imagen de la felicidad, y la compramos en forma de regalo.


Y claro. Dado que una familia tiene de media menos de dos hijos, son muchos los adultos que, alrededor de cada niño, quieren conseguir esa sonrisa cuando ven al niño en cuestión abrir el regalo, y ver su carita cuando vea lo que hay.... y así yo seré inmensamente feliz...también. El asunto es: ¿realmente el niño quiere tantas cosas, o soy yo que quiero ese plus de felicidad al ver su carita?


Todos los que tenemos hijos conocemos la situación: llega la fecha en cuestión (cumple, Reyes, Navidad) y la familia nos empieza a preguntar qué quiere el niño. Y entonces nosotros preguntamos al niño (o no, rastreamos, vamos viendo, cosas que a lo mejor parece querer, según lo que ve en la tele....), y el niño, que suele ser pequeño, menciona alguna cosa ( que a lo mejor quería desde hacía tiempo, o que a lo mejor acaba de ver esta mañana en una publicidad, y como buen niño que es, impulsivo como debe ser, decide que lo quiere, hasta que vea otra cosa que lo sustituya, pero entonces ya será tarde, porque el pariente en cuestión ya habrá tomado nota, y habrá ido ipso facto a comprarlo, que luego todo se agota, y no voy a poder ver la carita de felicidad cuando abra su regalo...) Cuando multiplicamos este proceso por todos los adultos que, en una familia media, corresponde regalar a un niño, ahí tenemos un buen ejercicio de consumo, que, además de levantar el país (al menos a corto plazo), va poniendo un ladrillito más en el edificio de la educación del infante en cuestión. Y luego está la otra cara: si al padre/madre del niño se le ocurre decir al impaciente y comprante familiar, que no hace falta que le compre nada, porque ya tienen tantas cosas que... la respuesta suele a veces, rozar la indignación: pero cómo no le voy a comprar nada, hombre, como si yo no fuera alguien importante en la vida de eses niño, como si ese niño tuviera un radar y se acordaría toda la vida que los otros abuelos/tíos le compraron algo y yo no....¡Qué complicada es la familia, por temas que no son realmente complicados!


Y el infante en cuestión, se ve (no una, sino varias veces al año) rodeado de bonitos y llamativos paquetes que empieza a abrir y romper, con una euforia e histrionismo que le dura hasta que llega el siguiente paquete. Al lado los adultos, esperando con el móvil justo el momento en el que abran “el suyo” para capturar la carita de satisfacción que me hará feliz a mi como adulto, porque normalmente la cara en cuestión (en el 99 por ciento de los casos), dura lo que dura el papel del envoltorio, o sea, muy poco.


Luego está el detalle de la satisfacción inmediata. El planteamiento es el siguiente: es de todos conocido que la capacidad de posponer una recompensa inmediata en aras de una recompensa mayor a más largo plazo, es una cualidad que denota la puesta en marcha de procesos mentales complejos y profundos, propios de mentes reflexivas con un adecuado nivel de madurez. Traducción: quizá no es tan importante querer ver esa carita de satisfacción (que dicho sea de paso, no dura mucho, hasta que se abre el siguiente juguete para ser exactos) como ver que al final, ese niño al que queremos tanto, acaba teniendo una escala de valores más ajustada y madura, y yo, por ende, contento, porque he contribuido a ello a lo largo de una tras otra celebración de RRMM (cumple, graduación, Navidad, 1º Comunión,... o equivalente).


Cuando yo era pequeña, hace ya un millón de años, cuando un bebé nacía, sus padrinos le hacían un gran regalo: una cartilla bancaria con un depósito inicial. Y ese depósito iba creciendo en forma de los regalos, en forma de más capital, que a lo largo de su infancia y adolescencia, se le irían haciendo al niño en cuestión. El niño, además, era conocedor de este proceso. Sabía que tenía en su haber una cantidad de dinero, alimentado durante toda su vida por sus abuelos, tíos, padres, …. Y, en un momento dato (al acabar el instituto, era un clásico), acordado con sus padres, ese dinero era entregado. El caso es que a mi me sigue pareciendo un magnífico regalazo. Porque, además, a ese adolescente no se le ha educado en recibir en cada evento “45 regalos” , sino uno, o como muchos dos regalos físicos (nunca olvidaré la escena del cumpleaños del primo de Harry Potter....). A partir de ahora, si quiere los 45 regalos (o a lo mejor un viaje alrededor del mundo también), tendrá que comprárselos el, si ese es el destino que quiere dar a su cartilla de ahorros, o no, si, con un poco de suerte, la escala de valores de ese niño ha ido formándose de una forma diferente y, locuras adolescentes incluidas, es capaz de tomar sus decisiones en función de ella.


Y si, es verdad que esto implica cambiar consumo de un tipo por consumo de otro tipo (los bancos encantados... cuantas cuentas de ahorro, no tardarían en ofrecer planes de inversión...),pero, volviendo al argumento de la satisfacción inmediata vs satisfacción postergada, si algo hay seguro en este sistema, es que los bancos ganan siempre. Así que, mejor que, ya que el banco gana seguro, ganemos también un poco nosotros, y sobre todo, nuestras futuras generaciones.

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