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Metamorfoseándonos

Todos los docentes tenemos una idea clara de lo que es la escuela tradicional. Algunos de nosotros, llevamos trabajando mucho tiempo en ella. Es una escuela con mesas, sillas, asignaturas (o ámbitos, o áreas), pizarra, exposiciones, horarios, leyes educativas volátiles..... Por mucho que lo deseemos, por mucho que llenemos nuestras clases de dispositivos electrónicos y de fibra óptica

,el nuestro es, en realidad, un modelo muy antiguo. Niños en aulas cerradas, clasificados por edades, con una planificación de tareas que completa un horario, y una hora de cierre,... se parece un poco a una fábrica con una cadena de producción. Tenemos nuevas tecnologías si, pero en muchos casos, siguen utilizándose en un esquema expositivo tradicional (todos nos acordamos de los inicios del Power Point). Y puede que así sea (ya digo, no soy especialista). El modelo educativo en el que muchos estamos inmersos, fue muy válido durante la segunda revolución industrial, en el siglo XIX, período en el que la demanda de mano de obra era tal, que muchas industrias contaban con su propia escuela, a modo de cantera de empleados. Tenemos otro ejemplo en la época del colonialismo: Inglaterra nos exporta un modelo que sirve a la necesidad de gestionar administraciones que estaba a miles de kilómetros, con comunicaciones lentas, y era mejor que todo el mundo tuviera una letra legible, una normativa clara, unos reglamentos estrictos, para que la comunicación entre colonias y metrópoli fuera viable y productiva. El entorno social demandaba ese tipo de escuela. Y los gobiernos la crearon con gran éxito.

El escenario se repite. Asistimos a un nuevo "salto cuántico" social. Algunos autores denominan cuarta revolución industrial a los cambios que la sociedad está experimentando, como fruto de las innovaciones tecnológicas. Ni que decir tiene, que la sociedad demanda un nuevo tipo de educación, igual que la demandó en el siglo XIX. . Y, al igual que entonces, la escuela se transforma. Esta metamorfosis es un proceso inevitable. Y necesario. Y tiene un coste. A nivel político, cualquier cambio de envergadura es caro. A nivel social, porque el cambio de modelo es incomprensible para unos colectivos, y demasiado lento para otros. Y en medio de ambos extremos, ahí estamos nosotros, los docentes. Es todo un reto: hay un gran porcentaje de docentes que llevan años trabajando, y que o bien no consideran que el cambio sea necesario o bien no quieren participar de el por miedo, inseguridad o desconocimiento. Es el colectivo de profesores de edad más elevada, pero es un colectivo grande. Por otro, docentes que se apuntan al nuevo concepto, pero que chocan sistemáticamente con diferentes muros: a veces, equipos directivos tradicionales que no quieren tomar decisiones metodológicas drásticas; a veces, con equipos docentes que no pueden o no quieren adaptarse a los nuevos cambios, porque cada vez tienen temarios más largos y sesiones de trabajo más cortas.

Pero, al igual que en la revolución industrial, y al igual que en el colonialismo británico, las demandas son claras, están ahí, y no es momento de negarse a responder a ellas. Somos un colectivo fundamental y es nuestro objetivo que las generaciones futuras sean miembros felices, autónomos, y constructores de un mundo mejor. Y ese mundo, ya es tecnológico, conectado, global, y también, está fuera de los muros de nuestra clase.

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